miércoles, 23 de septiembre de 2015

Joma




Joma se sentía en lo más ondo del vaso de su agua,
intranquila pensaba en si ahogarse
o botar aquel recipiente de vidrio espeso
para extender sus alas y seguir viviendo.

Miraba arriba y el cielo se le hacía cada vez más cerca,
haber ingerido con ginebra los calmantes de su madre
la llenaba de miedo y satisfacción, Joma había perdido
sus esperanzas a pesar de su corta edad.


En los 17 años que vivió Joma no tenía máscaras
pero pintaba en sus manos sonrisas para
tapar realidades tristes que entorpecían su día a día.
Joma, al igual que tú y yo, tenía mamá, papá
y una hermana mayor; hermana que prefirió estar
en el descanso eterno que con ella, pensaba.


Quizá la falta de compañía de su hermana
era uno de los componentes de las pastillas que ingirió,
no lo sabía; lo que si sentía era el sabor del ginebra,
ese sabor a bullying, a maltrato familiar,
a desamores prematuros, a lágrimas saladas como el mar
y a infancia no vivida.


Joma era una adolescente con gritos en sus problemas
y no era escuchada por nadie a excepción de su primer vaso de alcohol.